martes, 21 de enero de 2020

Escucha este poderoso mensaje ...! Puede cambiar tu pensamiento¡


La liebre y la tortuga es una de las fábulas con moraleja
para niños más populares. Narra la historia de dos personajes con distintas
capacidades y, no será precisamente quien parece más débil o con menos
aptitudes quien saldrá victorioso.

De esta fábula, atribuida a Esopo, podemos extraer grandes
enseñanzas que transmitir a los niños desde muy pequeños. Un cuento corto para
enseñar a nuestros hijos valores tan importantes como no burlarse de los demás,
no ser vanidoso y no presumir de nuestros talentos.
En el mundo de los animales vivía una liebre muy orgullosa,
porque ante todos decía que era la más veloz.

Por eso, constantemente se reía de la lenta tortuga.

- ¡Miren la tortuga! ¡Eh, tortuga, no corras tanto que te
vas a cansar de ir tan de prisa! -decía la liebre riéndose de la tortuga.

Un día, conversando entre ellas, a la tortuga se le ocurrió
de pronto hacerle una rara apuesta a la liebre.

- Estoy segura de poder ganarte una carrera - le dijo.

- ¿A mí? -preguntó, asombrada, la liebre.

- Pues sí, a ti. Pongamos nuestra apuesta en aquella piedra
y veamos quién gana la carrera.

La liebre, muy divertida, aceptó. Todos los animales se
reunieron para presenciar la carrera. Se señaló cuál iba a ser el camino y la
llegada. Una vez estuvo listo, comenzó la carrera entre grandes aplausos.

Confiada en su ligereza, la liebre dejó partir a la tortuga
y se quedó remoloneando. ¡Vaya si le sobraba el tiempo para ganarle a tan lerda
criatura!
Luego, empezó a correr, corría veloz como el viento mientras
la tortuga iba despacio, pero, eso sí, sin parar. Enseguida, la liebre se
adelantó muchísimo.Se detuvo al lado del camino y se sentó a descansar.
Cuando la tortuga pasó por su lado, la liebre aprovechó para
burlarse de ella una vez más. Le dejó ventaja y nuevamente emprendió su veloz
marcha. Varias veces repitió lo mismo, pero, a pesar de sus risas, la tortuga
siguió caminando sin detenerse.

Confiada en su velocidad, la liebre se tumbó bajo un árbol y
ahí se quedó dormida. Mientras tanto, pasito a pasito, y tan ligero como pudo,
la tortuga siguió su camino hasta llegar a la meta.

Cuando la liebre se despertó, corrió con todas sus fuerzas
pero ya era demasiado tarde, la tortuga había ganado la carrera.

Aquel día fue muy triste para la liebre y aprendió una
lección que no olvidaría jamás: No hay que burlarse jamás de los demás.

Moraleja: no se debe uno burlar de los demás, ni presumir o
ser vanidoso.

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